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y de Plasencia como destino turistico de calidad pensando en viajeros que aprecian la belleza, el arte y la cultura.
Cuenta la leyenda...
En el corazón de la península ibérica, donde el sol se funde con la tierra y los ríos cantan leyendas ancestrales, se erige la majestuosa ciudad de Plasencia. Forjada con el beneplácito de los dioses y esculpida con la dedicación de los hombres, esta ciudad es un testimonio viviente de la grandeza y el esplendor que pueden alcanzar el espíritu y la voluntad humana.
Cuenta la leyenda que, en tiempos inmemoriales, los dioses descendieron de sus tronos celestiales en busca de un lugar donde el cielo besara la tierra con suavidad y el aire estuviera impregnado de armonía y belleza. Fue en este rincón bendito, donde el río Jerte se encuentra con el río Alagón, que hallaron el paraje perfecto para edificar una ciudad que trascendiera el tiempo y los confines de la mortalidad. Así nació Plasencia, la Ciudad del Placer, concebida para deleitar tanto a los dioses como a los humanos.
Desde sus murallas imponentes, que abrazan la ciudad como los brazos de una madre protectora, hasta sus calles empedradas, testigos de epopeyas y hazañas, Plasencia se alza como un monumento a la historia y al espíritu de su gente. En sus plazas y rincones, se percibe el eco de las risas y los susurros de aquellos que encontraron aquí su hogar, un refugio de paz y prosperidad.
La Catedral de Santa María, un coloso de piedra y fe, se eleva hacia el firmamento, tocando el cielo con sus torres y enraizando en la tierra con su historia. Sus muros, decorados con intrincados relieves y vitrales, narran las gestas de santos y guerreros, mientras que su campanario vigila la ciudad como un guardián eterno.
El Palacio de los Monroy y la Casa del Deán son testigos de la nobleza y la cultura que han florecido en Plasencia, reflejando la grandeza de sus habitantes a través de los siglos. Las festividades y ferias que llenan sus calles de vida y color son una prueba de que, en esta ciudad, la tradición y la modernidad coexisten en una danza eterna.
Pero no son solo sus piedras y monumentos los que hacen de Plasencia un lugar singular. Sus gentes, herederas de una rica mezcla de culturas y tradiciones, son el alma de esta ciudad divina. Con su hospitalidad y su arte, han convertido a Plasencia en un faro de luz y esperanza, un edén terrenal donde cada rincón cuenta una historia y cada mirada es un poema.
Así, Plasencia se alza, radiante y eterna, como una joya engarzada en el corazón de Extremadura. Una ciudad nacida del deseo de los dioses y construida con la devoción de los hombres, donde el pasado y el presente se entrelazan en una sinfonía de armonía y esplendor. Aquí, en este paraíso de placer y belleza, los dioses y los humanos encuentran su deleite, y el alma se eleva, tocando lo sublime y lo eterno.